El jueves es un día híbrido. Una torrija
del tiempo, sin sabor ni color, sin otra justificación que la de
obligarnos a gastar un pedazo de vida que podríamos utilizar en cosas
más útiles. Las horas que malbaratamos un jueves podrían servirnos para
hacer más blanda la almohada del domingo. Nos servirían para moler con
sosiego, con calmada mansedumbre, los recuerdos que el lunes, en las
primeras horas, nos vienen como anillo al dedo. Podrían agregarse a la
poética sustancia del martes, que es el luminoso día de casarse, de
embarcarse, de irse -a espaldas de sus sueños y sus esperanzas- con su
gastada música a otra parte. Algunos minutos nos servirían para
redondear la cálida fruta del miércoles, que se mece en los árboles del
tiempo con una indecisión de mujer pensativa. Nos servirían para diluir
la niebla tormentosa del viernes, que es la estación de la hechicería,
la niñez asustada que aprende a descifrar el alfabeto de los astros. Las
del jueves son, finalmente, veinticuatro horas que podrían servirnos
para adelantar los relojes del sábado.
Pero el jueves, a pesar de todos los
inconvenientes, sigue siendo verdad en nuestro calendario. Despertamos a
su simple claridad, a su desabrida transparencia, con la sensación de
estar desembarcando en una isla estéril, triste de vegetación, rodeada
por las aguas de las horas vividas.
Yo creo que el jueves no sirve ni
siquiera para morir. Entregarnos al gozo de la muerte después de haber
molido los minutos de tres días fecundos, productivos, es -más que una
simplicidad- una tontería. Este trajín diario, este devanarse la cabeza
sobre un alfabeto mecánico, para que usted, señor lector, tenga al
mediodía algo de que lamentarse; este tratar de ser algo sin
conseguirlo, de nada valdrían si un jueves cualquiera, sin premeditación
y sin despedirnos de nadie, nos acostamos sobre la yerba de la muerte.
Lo indicado es, si nuestra resolución es irrevocable, esperar hasta el
viernes, día en que, por su carácter, luctuoso, la vulgaridad de morir
puede resultar una definitiva manifestación de elegancia.
Indiscutiblemente, el jueves es un día
entre paréntesis. Sólo sirve para escribir sobre su inutilidad cuando no
es posible desarrollar otro tema de mayor importancia.
Gabriel García MárquezEl Universal, Punto y aparte, cartagena, 24/06/1948.
Dios te tenga en su gloria Gabito...
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