Desafíos de la política migratoria en República Dominican: Defensa de la soberanía y profesionalización institucional


En el actual escenario de críticas y señalamientos sobre la política migratoria dominicana, es necesario observar con objetividad el papel que desempeña la Dirección General de Migración (DGM). Su labor va más allá de los operativos visibles: se trata de un esfuerzo complejo por defender la soberanía nacional, garantizar la seguridad del Estado y ordenar el flujo migratorio conforme a la ley. Este enfoque no excluye la necesidad de investigar cualquier denuncia de abuso, pero sí demanda un reconocimiento de los avances institucionales y del contexto geopolítico regional.

Durante el acto de recibimiento de 400 nuevos aspirantes a agentes migratorios, efectuado este miércoles, el director de la DGM, vicealmirante Rafael Luis Lee Ballester, ARD., destacó la importancia de una actuación basada en la legalidad, la cortesía y la humildad. Exhortó a los nuevos agentes a rechazar cualquier tentación de actuar indebidamente y a ejercer su labor con integridad, honestidad, disciplina y respeto a la dignidad humana. En sus palabras dijo claramente: “Rechacen cualquier tentación para hacer lo indebido. Nunca se presten a ponerle la mano a lo ajeno, ni cometan actos que afecten la moral o el honor de la institución”.



Esta orientación ética no se trata de una declaración aislada. Forma parte del proceso de profesionalización que ha experimentado la DGM en tiempos recientes y además, se corresponde con lo anunciado por el presidente de la República Luis Abinader, quien pretende la formación de unos 750 agentes como parte de las 15 medidas de controles migratorios, mediante una capacitación especializada en derechos humanos, manejo de crisis, estudio del idioma creole y protocolos para hacer efectivas las interdicciones y los debidos procesos de deportación.  

Esta transformación, responde a la necesidad de consolidar un cuerpo migratorio eficiente, respetuoso de la ley y sensible a la realidad social de las personas, sin perder de vista su misión de control y orden.

La República Dominicana comparte una frontera extensa y vulnerable con Haití, un país que atraviesa una crisis estructural profunda. En ese contexto, reforzar los controles migratorios no es un acto de xenofobia, sino una obligación constitucional. La Constitución dominicana y la Ley de Migración, establece claramente, que la soberanía nacional es inviolable, y con ello el derecho exclusivo del Estado a regular el ingreso, permanencia y salida de personas en su territorio.

Los flujos migratorios irregulares impactan directamente en el mercado laboral, los servicios públicos como el sanitario y el educativo, también la seguridad nacional. Más preocupante aún es que, en algunos casos, estas rutas han sido utilizadas por redes del crimen organizado. Ignorar esta situación sería irresponsable. Por eso, el fortalecimiento institucional de la DGM debe entenderse como una respuesta necesaria y legítima, no como un acto de represión indiscriminada.

Las denuncias sobre actuaciones indebidas de algunos agentes deben investigarse con rigor y sin encubrimientos. Sin embargo, generalizar comportamientos individuales para desacreditar toda la institución es injusto y peligroso. La DGM no es un ente de persecución, sino un organismo del Estado dominicano que debe operar bajo normas nacionales e internacionales, con control ciudadano y compromiso ético.

El Estado dominicano ha demostrado históricamente solidaridad con el pueblo haitiano. Miles de ciudadanos han encontrado aquí oportunidades de empleo y condiciones de vida más estables, incluyendo a una buena parte de la población extranjera venezolana, cubana y española, entre otras. Pero la solidaridad no puede traducirse en permisividad ni en renuncia al control fronterizo, una política migratoria sería más bien, debe ser ordenada, documentada y legal, en beneficio tanto del país receptor como de los propios migrantes.

El gobierno ha apostado por reforzar la frontera, generar empleos locales y establecer protocolos migratorios más estrictos. Esta estrategia, lejos de buscar confrontación, pretende construir una migración sostenible, donde se equilibren la compasión y el respeto por los derechos con la firmeza del Estado de Derecho. No es viable permitir que cientos de miles vivan al margen de todo registro, sin protección legal ni supervisión institucional.

No se puede construir una narrativa justa desde los extremos. Exigir justicia frente a los abusos es tan necesario como defender el derecho de un país a proteger su soberanía. El verdadero reto es encontrar ese punto medio entre humanidad y legalidad, entre derechos y deberes, entre apertura y control. Solo así se podrá alcanzar una convivencia respetuosa y ordenada.

La Dirección General de Migración no es perfecta, pero tampoco puede ser reducida a los errores de unos pocos. Su transformación en un órgano más transparente, capacitado y humano debe continuar siendo el norte. Porque la verdadera justicia migratoria no se construye con discursos de odio ni con permisividad caótica, sino con instituciones fuertes, éticas y comprometidas con el bienestar de todos.